martes, 14 de abril de 2009

El vicio inglés III







Para mantener el orden no hay más remedio que azotar posaderas, pero que nadie imagine que en tal práctica concurra el más leve elemento de lujuria. ¡Imaginar que los maestros gocen dando azotes!. Los maestros ingleses se han negado sistemáticamente a reconocer el factor sexual en el acto de propinar azotes, y esto es tan cierto es hoy como en el siglo XVIII.
Si el factor sexual en la flagelación no era desconocido por los médicos, tampoco era secreto para los hombres de letras ingleses.














El poeta isabelino Sir John Davies (1569-1626), publicó un epigrama que demuestra que estaba al tanto de la relación entre los azotes y la impotencia. Cabe la posibilidad de que Davies probara los efectos sexuales de los azotes durante los tiempos en que fue alumno de Winchester:


"Cuando Francis va a solazarse con su ramera, manda a buscar varas
y se pone en cueros vivos; ya que su lujuria duerme,
Y no se levantará antes que con azotes la manceba la despierte.
No le envidio, aunque quisiera tener el poder de gozar de su manceba,
durante media hora
".











Una conocida escena de la comedia The Virtuoso, 1676 (El Virtuoso) de Thomas Shadwell, revela que el autor reconocía los peligrosos efectos del castigo de azotes. En la segunda escena del acto tercero encontramos al viejo libertino Snarl (Gruñidos) solazándose con una prostituta, llamada Mrs. Figgup (la señora Lahíga). Se encuentran en un burdel, y Gruñidos está en celo:

Gruñidos: ¿Ah, pobre bribona! En mi despachop te morderé los labios, a fe que lo haré. Me has enfurecido de muy extraña manera. Has convertido en fuego mi sangre. No puedo aguantar más, a fe que no puedo. ¿Dónde están los instrumentos de nuestro goce? No, no frunzas el entrecejo, te lo ruego. Por todos los santos que ahora, en este instante, lo harás.

La señora Lahíga: No sé por qué te gusta tanto lo que tan poco me gusta.

Gruñidos: Tanto me acostumbré a esto en la escuela de Westminster que jamás he podido dejarlo.

La señora Lahíga: Pues si así ha de ser, busca debajo de la frazada.

Gruñidos: Así me gusta, mi querida bribona. Pero atiende, eres en tu trato harto suave. No te ahorres trabajos. Me gusta en gran manera el castigo. En abundancia aquí habrá lo que deseo.
Tira de la frazada. Tres o cuatro recias varas caen al suelo.

-La escena queda interrumpida por el hermano de la señora Lahíga, antes de que comience la flagelación-.











John Cleland (1707-1789), autor de la famosa novela erótica “Memoirs of a woman of Pleasure (Memorias de una mujer de placer) escrita en 1748-49, más conocida por “Fanny Hill”, había sido alumno de la escuela de Westminster. Probablemente tuvo directo conocimiento del uso de las varas de abedul. Lo cierto es que sabía lo que era la flagelación sexual, ya que la escena de los azotes en Fanny Hill destaca por su penetración psicológica.


La escena tiene lugar hacia el final de las memorias de Fanny, en el establecimiento de Mrs. Cole, la madame a quien Fanny ha confiado su destino. Mr. Barville, quien acaba de llegar de la cuidad, se encuentra “bajo la tiranía de crueles aficiones”, y sólo alcanza la erección después de que le hayan aplicado unos azotes con ramas de abedul, y de haberlos aplicado él. Fanny, para quien esto es una novedad, se sorprende de que un hombre tan joven (Barville sólo tiene veintitrés años) tenga esa debilidad por la flagelación:

"Pero lo que hacía todavía más raro tan extraño capricho era la juventud del caballero, ya que, por lo general, parece que los atacados son quienes, entrados en años, se ven obligados a recurrir a este experimento, para dar rapidez a la circulación de sus lentos jugos, y determinar la confluencia de los espíritus del placer en aquellas partes lacias y encogidas que sólo se alzan en virtud de los titilantes ardores resultantes de disciplinar las partes que se hallan en el lugar opuesto, con las que las primeras tan sorprendentemente concuerdan".







Fanny es presentada a su verdugo. Su “cara redonda, mofletuda, de lozano color le daba un gran parecido a Baco, pero el gesto de austeridad, cuando no de severidad, impropio incluso de la forma de aquella cara, no permitía la expresión de alegría precisa para dar remate al parecido”. Fanny se da cuenta de que la tensa expresión exterior de Barville revela el estado de interior agitación en que Barville tiene que vivir en meritos de su “excentricidad”:

"Tan pronto Mrs. Cole se hubo ido, me hizo sentar cerca de él, volviendo hacia mí su cara en la que había aparecido una expresión de agradable dulzura y buen humor, tanto más notable por el brusco cambio desde el extremo opuesto que, como supe más tarde, cuando conocí su carácter, se debía a su habitual estado de conflicto consigo mismo y de desagrado de sí mismo, por ser esclavo de tan peculiar afición, en méritos de la fatalidad de la herencia constitucional, que le había dejado incapaz de sentir placer alguno, si no se sometía a estos extraordinarios medios de procurárselo mediante el dolor, con lo que la constancia de los remordimientos de la conciencia le dejaron al fin impresa en sus facciones aquella máscara de amargura y severidad, que, en verdad, era ajena a la natural dulzura de su talante".

Brillante descripción. Pese a que Fanny hace referencia a “la fatalidad de la herencia constitucional”, no cabe duda de que, entramos en el terreno de la “psicología”. Cleland vio claramente el conflicto (usa esta palabra “conflict”), que se encuentra en el fondo del vicio de Barville. Y la descripción del cambio de la expresión facial de Barville constituye una anticipación, a la referencia que Theodor Reik hace a la “cara de Jano” del masoquismo, “la mitad de ella contorsionada por la angustia, y la otra mitad embargada de placer”.











Le llevé al banco, y, de acuerdo con lo que me habían apuntado, representé que le obligaba a tenderse en el banco, a lo cual, después de hacer un poco de comedia, fingiendo, que se resistía, más que nada por una cuestión de forma, accedió. Quedó estirado boca abajo en el banco, con una almohada bajo la cara y, mientras se hallaba así, pacíficamente yacente, le até prietamente pies y manos a las patas del banco, después de lo cual, teniendo el caballero la camisa levantada hasta la cintura, le bajé las calzas hasta las rodillas”.

Cleland, quien ignoraba la moderna idea de “representación”, en el sentido teatral, de una fantasía, percibe el carácter de ceremonia, la teatral naturaleza de la escena. La representación de un papel.







Fanny “siente lástima ante la lamentable visión” de la sangre y las heridas. Su actuación no le produce la más leve excitación sexual. No es sádica. Pero llega el momento en que el tratamiento comienza a producir los efectos deseados. Fanny mira y descubre “no sólo la prodigiosa dureza de la erección, sino también un tamaño que incluso a mí me atemorizó”. Después de que tres haces de ramas de abedul hubieran quedado poco menos que destrozadas Barville tiene una eyaculación.
Le toca el turno a Fanny. Barville es antes un “sadomasoquista” que un masoquista. Se procede a una ritual exhibición de las nalgas de la muchacha que reciben apasionados besos, seguidos de azotes a un ritmo constantemente creciente. La sangre mana. A pèsar de la excitación de Barville, la pareja no intenta efectuar un coito. Cleland pone de relieve que el libertino Barville ha de tener la absoluta seguridad de que se encuentra en plena erección, le aterra fracasar en el intento.








Cleland avanzaba a tientas en busca de una interpretación psicológica de lo que, a mediados del siglo XVIII, se conocía como una extendida aberración sexual. La descripción que hace de la dolorosa aventura de Fanny con Barville tiene unos ecos de autenticidad que la sitúa muy por encima de aquel género de pornografía de flagelaciones que invadiría el mercado durante el período victoriano. Y, al descubrir “el habitual estado de conflicto” en que Barville se ve obligado a vivir por efectos de su peculiaridad, el autor contribuyó notablemente a llegar a la compresión de esta práctica.


Fanny Hill siempre fue muy mal vista por los censores británicos. La primera edición fue secuestrada casi inmediatamente. Luego numerosas ediciones apoyan la afirmación de que Fanny Hill es la novela erótica inglesa más conocida.



*Ilustraciones: Paul Avril para "The Memoirs of Fanny Hill. A Woman of Pleasure" de John Cleland, 1908


*Fotografía: DeviantArt



*Bibliografía: Fanny Hill y El vicio inglés.





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